En el invierno de mis 12 años caí enfermo de hepatitis. Si bien se trató de la cepa más leve, hubo una pequeña red de contagios en mi colegio y en mi casa decidieron ser estrictos con el control.
Por esos años, el único remedio disponible era el reposo absoluto y una dieta estrictísima. No había vacuna más allá de una dosis de gamaglobulina para reforzar mis defensas. Cama y dieta eran la única salida. Para colmo mi pedíatra (y si, el médico para niños te seguía unos cuantos años más) era terriblemente recto: 60 días de cama.
Una palabra se convirtió en mi obsesión de niño: transaminasa. En cada análisis de sangre, esperaba con ansiedad incontenible que esas benditas enzimas vertidas al torrente sanguíneo por mi hígado dañado, bajaran. Finalmente el tratamiento dio resultado y recién recibí el alta comlpeta dos años después. Cuando volví a tomar geseosa cola y comer huevo frito ya tenía 14.
Durante mi propia cuarentena mi viejo, que escribía muy bien, me regaló un cuento (no fue el único) redactado por él. El de un futbolista fracasado, "Bartolito Palomeque". Me entusiasmó tanto su talento innato que me puse a inventar historias con la Olivetti portátil de mi abuelo y hasta llegué a escribir un delirante western protagonizado por mis compañeros de grado: "Youly City".
Por esos días había solo tv por aire (blanco y negro) y la programación para un chico de 12 comenzaba alrededor de las 17 y terminaba una o dos horas más tarde: "Juguetín, juguetón", "Asomados y escondidos", "Super show infantil", "El show de la Pantera Rosa" (estreno) mitigaban mis tristes tardes de solitario encame. Vi el lanzamiento nacional de "El Hombre Nuclear" y los martes por la noche me dormía con la luz prendida al finalizar "Toque satánico", presentada por Anthony Quaid.
A veces los recuerdos nos traicionan y con el paso del tiempo nuestra memoria los va reacomodando de acuerdo a sus propios interesas pero me atrevería a asegurar que para esa época nació mi afición por escribir. Durante esos dos meses postrado leí casi todos los clásicos de Julio Verne e Ivanhoe, El Corsario Negro, Los Tres Mosqueteros, Robin Hood, Hombrecitos, Corazón...
Es muy probable que durante mi propia cuarentena algo se fue cocinando entre libros, tele y Olivetti. No tengo ni la más remota idea de los cambios sociales que sobrevendrán. Pero seguramente volveremos de la pandemia con nuestras propias transformaciones. Sacarles provecho o no dependerá de cada uno.
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